2018/07 - SOL CÁNOVAS DEL CASTILLO VIAJÓ COMO VOLUNTARIA A TURKANA
6 y media de la mañana. Una alarma rompe la tranquilidad y el silencio de la noche, y, poco a poco, la humilde Guest House de las hermanas se llena de movimiento. Después de 26 horas de viaje en avión, avioneta y en coche por caminos de barro sin iluminar, los 22 voluntarios de la Fundación Pablo Horstmann consiguieron llegar desde Madrid al remoto pueblo de Lokitaung, en la región de Turkana, al noroeste de Kenia. Después del desayuno, los motores de los antiguos Jeeps blancos arrancan y se preparan para un trayecto de una hora o más por enrevesados caminos de tierra que conducen a las escuelitas. Cuando bajamos de los coches, cientos de caras estupefactas nos contemplan, intentando descifrarnos. Mientras algunos de los niños se ríen y se acercan a tocarnos la piel y el pelo, otros lloran asustados en una esquina. Es en este momento en el que te das cuenta que, a pesar de las enormes diferencias que nos separan de esos niños, ambos buscamos una sola cosa: el amor.
Por la noche, nos reuníamos en el porche de la Guest House para comentar cuál había sido nuestro momento preferido del día. Esto empezó siendo casi como una simple broma entre algunos, ya que comentábamos cómo nuestro momento preferido había sido cómo el director del coro se había equivocado durante la misa de canción o incluso la torpeza de algunos al intentar salir de los Jeeps. Pero poco a poco, los demás voluntarios y organizadores fueron cogiendo las sillas y uniéndose a nuestro corro. Sin duda, ese era mi momento del día. Cada noche, cada uno se abría a los demás compartiendo todo aquello que estaba viviendo y pensando durante esos días. Fue gracias a esas reuniones en el porche que conseguimos conocer realmente a aquellos con los que viajábamos. Parece increíble pensar cómo en un principio viajabas con desconocidos que en cuestión de días pasaron a convertirse en familia. Si hay algo que verdaderamente destacaría de este voluntariado, fue la suerte que tuve de poder compartirlo con el mejor equipo que uno pueda esperar. A pesar de las diferencias de edades o incluso de opiniones, aprendimos a colaborar y darnos a los demás como nunca antes lo habíamos hecho; marcando los corazones, no sólo de los niños, sino incluso los nuestros.